Vínculo, pertenencia, origen. Todo esto es necesario para encontrar mi lugar en el mundo. Ante la soledad y el individualismo imperante en nuestra sociedad se habla de pertenencia a una tribu, en la que se reclama contacto humano, cobijo donde sentirse protegido emocionalmente y se manifiesta, se declara ante el mundo la pertenencia a través de una actividad, de un modo de vestir… . Necesitamos raíces, ser de algún lugar ( de mi tierra bella…Gloria Estefan). Nos agrupamos para reconocernos y asumir el valor desconocido o ausente desde el contexto. Ser alguien para alguien tiene raíces profundas antropológicas. No hay nada más enfermizo que el desamor. Esto de vivir sin amor es casi un homicidio decía Dostoyevski.
Lo que es, es. Y la familia es el mejor lugar para vivir y para morir. Donde uno es amado por quien es, aceptado con sus luces y sus sombras y valorado en lo que hace independientemente del éxito o el fracaso que pueda cargar. Esto que cualquier ser humano debería encontrar en los ojos de su madre, no siempre sucede así. Y El daño profundo que se infringe es directamente proporcional al bien personal que se adeuda. Herida que solo el amor puede curar.
Nos vamos desvelando cada día en los ojos de los que nos aman y en los que no. En primer lugar en los ojos de nuestra madre, en los que leemos ¡Qué bueno que existas! Ojos que revelan aceptación, vínculo; sonrisa que comprime dos corazones en uno.
El amor da sentido a nuestra vida y proporciona la seguridad necesaria para emprender el reto de ser nuestra mejor versión cada día. La fortaleza para levantarnos del suelo con una sonrisa cuando nos hemos caído, porque la caída no reduce el amor de los que saborean la verdad del ser en desarrollo. Sonrisa que asoma a sus ojos, en el entrenamiento diario del yo en ejercicio.
A veces, muchas veces, es mejor callar porque la conducta habla por sí misma. Lo que hacemos -lo visible- es una foto revelada y los millones de detalles, pequeños, que en la convivencia diaria se perciben construyen o destruyen. Su influencia es inversamente proporcional a la madurez personal que emerge desde la libertad en ejercicio.
Hay flores que emergen del estiércol sin contagiarse del hedor que les rodea; y flores de invernadero que ni huelen ni duran.
Somos seres portadores de libertad en desarrollo. Crecemos en un entorno que puede ser o no ser favorable. Esa no es la cuestión fundamental. Lo que hace que la persona sea capaz de «llegar a ser» lo que está proyectado en ella, su mejor versión, es el amor que justifica la lucha, el esfuerzo de ser «Alguien para Alguien»
El punto de encuentro siempre es la mirada de quien me mira con amor. Un amor que es debido. El primer punto de encuentro que apuntala mi edificio personal es la mirada de mi madre desde los primeros meses de vida.
Ella es la que me comunica ¡Qué bueno que existas y a mi lado!